En Pos de una Formación Humanista Laica
Nuestra mirada humanista-laica entiende la educación como “un proceso social continúo dirigido a la formación integral e integrada de personas”. Una concepción cuyo objetivo principal, más allá del reconocido valor de nociones, destrezas, habilidades, etc., enfatiza también su labor en el desarrollo interior de las alumnas y alumnos.
Crecimiento y desarrollo pleno de nuestros educandos, son agentes directrices de nuestro accionar. Con el fin que cada uno(a) crezca, desarrolle y se conozca a sí mismo(a) en características y potencialidades; despliegue su Libertad responsable frente a opciones y decisiones, para que con autonomía elija, adhiera o reemplace lo preferido, defina, construya su proyecto de vida y obtenga identidad propia; forje una Voluntad férrea para alcanzar fines auto propuestos, luego de haber discernido en forma severa; edifique un Intelecto caudaloso, para que conceptualice el mundo y viva entendiendo lo que las cosas son y lo que el mundo en realidad es; su Razón, para que acorde a un rigor metodológico piense, conozca, defina, clasifique, jerarquice, discrimine entre fundamental y accesorio, entre concreto y abstracto, sintetice conocimientos, construya discursos coherentes; esclarezca su Conciencia para que mejore su dimensión reflexiva del entender y el discernir, incorporándole día a día saberes nuevos críticamente evaluados, etc. Se acepte inscrita en un proceso formativo permanente, y como tal receptiva a las novedades; e inscriba en su intimidad un patrimonio Valórico consistente, que le permita actuar con sensatez frente a “otros” legítimos que configuran con él una comunidad. Para que asuma una convivencia sana, cuerda y respetuosa, que ha de ejercer colaborando al respeto mutuo; que a las ideas se contraponen otras ideas y violencia verbal o física; que en democracia el diálogo destinado a acuerdos probables se funda en el intercambio razonado de puntos de vista, que en política no tiene cabida aquello de amigo o enemigo, sino se da entre adversarios portadores de perspectivas diferentes; que la democracia es mucho más que un juego de fuerzas que compiten de vez en cuando en elecciones y que la exclusión la debilita; que el ser humano jamás puede ser sometido a medio por otros con el fin consolidar determinados intereses; que una democrática se ha de entender justa, cuando distribuye los recursos y las oportunidades en relación al mérito de las personas; etc.
Atributos, fortalezas y recursos inherentes, permanentes y perfectibles, a las que habrá de recurrir en forma ineludible para orientarse, saber a qué atenerse y como obrar en el mundo natural y socio-cultural. Cuyo desarrollo, en el presente y en el futuro, ya es ineludible a todo intento educativo; para así solventar la incertidumbre derivada de las “continuidades interrumpidas”, el cambio que tipifica a la realidad contemporánea y toda la diversidad cultural que, de manera persistente, se encuña en medio del imaginario simbólico (costumbres, moral, definiciones, instituciones, valorizaciones, sentidos, etc.) y biografías propias.
Frente a lo cual todo hombre y mujer, no cabe duda, para observar de pie un horizonte conocido, manejarse con flexibilidad, creatividad, sensibilidad al cambio y predisposición a soluciones anticipadas, la única arma eficaz será, siempre, la posesión de sólidos atributos interiores propios debidamente expandidos y asumidos conscientemente. Todos entendidos como consolidados por el momento. Pero, sin jamás perder de vista que toda su conducta debe responder con consistencia, al patrimonio humano de mayor envergadura que hace posible la convivencia social y el sentido de la vida: los valores.
Un desafío mayor para cualquier política y proyecto de educación con una mirada hacia el futuro, que incita compartir con Le Bon su sentencia:
“Educar no es mostrar, sino enseñar a ver y a aprender; no es revelar, es sugerir; no es conducir, es orientar; es algo más que instruir, es facilitar la aptitud para observar, pensar, determinar y obrar por sí mismo”.